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14 ago 2011

30-Lo siento. Se acabó.

"Tengo que irme de aquí"
Cali se despertó aquella mañana de un sobresalto, había tardado en dormirse debido a lo sucedido. No encontraba postura, extrañaba la cama, el nerviosismo se apoderaba de ella, el calor de la chimenea la invadía. La rabia por la confusión que había sentido cuando se dio cuenta de que Philip no era Philip la torturaba lentamente.
Se levantó de la cama de un brinco, se vistió con lo primero que encontró: sus tejanos viejos, esos que tanto adoraba, la blusa de lino que le había regalado su madre en Navidades y las botas de montar a caballo, esas de cuero que tanto se llevaban. Sin pensárselo dos veces sacó su maleta de debajo de la cama y recogió lo poco que tenía fuera de ella.
Se asomó al pasillo, no había nadie, volvió a entrar a por la maleta y bajó las escaleras. Cuando estaba apunto de salir por la puerta fue descubierta.
-Señorita, ¿a dónde va?
-Buenos días Diego, como verá...me voy.
-¿Acaso no es agradable su estancia en esta casa?
-No, la verdad es que no. Jamás pensé que ocurriría lo que ocurrió esta noche. Tenía todo muy bien planeado para que no pasase pero...algo falló. Y no se el qué.
Diego la miraba intrigado, ya que nadie supo lo que había pasado en realidad, solo sabían que se había desenvuelto una pelea a altas horas de la mañana en la habitación de Tuán, y que allí estaban los hermanos y ella.
-Señorita, el señor Philip quiere verla. Me ha dicho que fuese al comedor, tienen que hablar...y será mejor que desayune antes de irse.
Caroline suspiró. "Tonta, que eres una tonta. Igual pensabas salirte con la tuya y largarte de esa casa sin que nadie te viese, como si no hubiera vigilancia..."
-Está bien. Dejaré aquí la maleta. ¿Podría llamarme a un taxi, Diego?
-Supongo que no habrá inconveniente alguno-Acto seguido desapareció y Cali se quedó allí plantada.
Caminó en dirección al comedor, sin prisa, pensando qué poder decir...pero nada, no le venía nada a la mente.
Llegó a la entrada, asomó la cabeza, Phil leía el periódico a la vez que bebía de una taza de café puro y recién hecho, como un auténtico caballero, a la cabeza de una gran mesa de madera robusta y realmente antigua, como todo en aquella casa.
Retrocedió al verlo, nerviosa, con intención de salir corriendo y volver a la entrada con su maleta, pero ya era tarde, Philip había alzado la vista al ver una sombra por el rabillo del ojo y miraba fijamente en su dirección. Suspiró.
-Buenos días Caroline, si se puede decir que sean buenos.
Ella caminó hacia adentro, sentándose a tres, no, a cuatro sillas de él.
-Ven, aquí a mi lado-le indicó él con calma. Ella obedeció sin rechistar-¿Qué quieres desayunar?-Estaba tranquilo, nada alterado a pesar de todo.
-Phil...al grano, no se como explicarte lo que ha pasado...-Él la miró un momento, no había expresión en su mirada. "Dios mío, no me interrumpe, quiere que se lo explique...TODO"-Ante todo lo siento. Jamás pensé que algún día te confundiría con Tuán hasta tal punto. Jamás. Y lo siento-Se quedó callada sin decir nada más.
-¿Ya está, eso es todo?-Se empezó a reir escandalosamente. Cali abrió los ojos como platos, estaba asustada-No me puedo creer que me des esa simple escusa Caroline.
"Nunca me ha llamado Caroline hasta hoy" Sabía lo que significaba, aquel sueño estaba apunto de acabarse. Y en efecto, él lo dio por finiquitado con tan solo dos palabras.
-Se acabó-Lo dijo seco, sin sentimiento alguno que ella notase en sus palabras, en su voz. Y su mirada, oscura e inútil. Nada. ¿Cómo era posible que después de todo no sintiese nada?
Cali se quedó mirando su taza de café, el labio inferior le empezó a temblar, sus ojos se inundaron y...ZAS, las lágrimas al fin salieron de sus ojos sin espacio, bañando sus blancas mejillas y resbalando por el cazo hasta precipitarse al vacío y mojar su camiseta. Se levanta lentamente, sin mirarlo siquiera a la cara, se enjuaga y sale del comedor tropezando con una sirvienta a la que se le cae la bandeja con pastas y bollos. Camina hasta la entrada, su paso se acelera un poco más, coge su maleta y corre llevándola arrastras hasta el final del sendero de grijo allá donde el portillo delimita el fin de la finca. Y sin poder aguantarse más sale y posa la maleta en el suelo, se sienta encima de ella y rompe a llorar como una niña pequeña a la que se le acaba de caer un helado al suelo, o se le ha escapado un globo, o se le ha roto su muñeca favorita. Y así espera a que su taxi la saque de allí.

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